Como mamá busco no hacerlo perfecto pero si sentirme que enseño a mis hijos aquello que les servirá y en preferiblemente no les hará daño. Desde aquí ha sido un reto el no decirles con ese amor de mamá “eres perfecto” o “eres el más juicioso” y en ocasiones cuando escucho a otros decírselos me entra la rebeldía y quisiera gritar “has lo que quieras, no seas perfecto y no seas juicioso”…
Igual caigo en la trampa de celebrarles el resultado y no su esfuerzo. Al hacer lo primero, celebrar el resultado, refuerzo que lo que importa es lo que logren y estén en esa búsqueda de agradar a otros, o de acondicionarse para hacer lo que saben que yo deseo que hagan. En el segundo, celebrar el esfuerzo, está el aprendizaje, el poder equivocarse y disfrutarlo, la creatividad de cómo hacerlo diferente la próxima vez haya o no conseguido el resultado que esperaban “ellos” no “yo”.
Y esto pasa no solo al criar a nuestros hijos, nos pasó probablemente a casi todos nosotros, nos pasa en el trabajo con nuestros jefes, o con nuestras parejas.
¿Qué quieres comenzar a celebrar en tú día a día contigo mismo,
tus resultados o tus esfuerzos?